
“El paisaje: Tierras de oro,
pueblos blancos y palmeras,
oäsis, huertos y naranjos
y la mar azul-turquesa…”
Con esta estrofa termina Vicente Medina su poema “Mi tierra morisca”, un claro ejemplo de su imagen costumbrista del paisaje de su tierra natal escrito desde la añoranza en el exilio en la ciudad argentina de Rosario. A esta romántica mirada de su tierra no le faltan pinceladas de realidad, tal y como refleja en su poema “Los oäsis de Murcia” describiéndola como pedregosa, reseca y árida. Eso sí, donde no hay agua.
Hasta ahí nada debería cambiar paisajísticamente entre su tierra morisca actual y la que vio antes de cruzar el charco y cambiar de hemisferio por primera vez 110 años atrás. Esta tierra morisca “extremada” en el paisaje a ojos del poeta archenero, está ahora llevada al extremo como resultado de haber estado siendo sistemáticamente atacada por una alta permeabilidad en la protección medioambiental y la fragilidad de las medidas punitivas al respecto.
En las últimas décadas la acción antrópica desproporcionada de empresarios, instituciones y gobiernos, con nombres y apellidos, ha actuado con total impunidad en la degradación del propio medio que les da vida por tierra, mar y aire.
El propio río Segura que vertebra esta tierra morisca ha sido uno de los elementos más atacados por la mano del hombre. En una tierra en la que la escasez del agua y la sequía son unos de los mayores problemas medioambientales, se exprime hasta la última gota de su caudal mediante una explotación hortofrutícola desmesurada que succiona hasta el último aliento de un frágil medio que se sostiene bajo mínimos. O qué decir del amplio volumen de entubamientos que se están produciendo en la red histórica de acequias de la Huerta de Murcia, que no solo atenta contra este importantísimo elemento histórico-patrimonial sino contra el propio medio natural en el que la flora y el mundo animal crecen a su paso.
Una explotación del terreno desmesurada que también afecta a nuestros mares, ya sea por vertidos de minerales como en la bahía de Portmán, por la excesiva explotación urbanística como sucede en buena parte de nuestras costas o el derrame de vertidos químicos provenientes de la producción agrícola como ha sucedido con especial virulencia en el Campo de Cartagena con el Mar Menor. Desde una visión macro de este mar en el vuelo de Pedro Duque a 540 km de distancia, hasta una visión micro del estado de las poblaciones de caballitos de mar, se nos permite observar un mar que languidece y que necesita de medidas rápidas, efectivas y sin titubeos.
Medidas de protección ambiental que necesitan ser aplicadas con rotundidad en el Mar Menor, en la comarca del Noroeste murciano en contra de los sondeos de fracking en busca de gas y en otras tantas luchas medioambientales en diferentes puntos de la cuenca del Segura.
En eso no se equivocaba Vicente Medina: donde hay agua, ya sea esta dulce o salada, hay vida y belleza. Y donde hay belleza siempre hay alguien que quiere explotarla de forma desmesurada para su propio beneficio. Eso sí, siempre y cuando el propio pueblo que vive de este medio natural se lo permita y no luche por la protección sostenible de la Madre Tierra en la que vive, cultiva y navega.
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