
Pocas ciudades del Mediterráneo pueden jactarse de atesorar entre sus calles un patrimonio arqueológico tan rico y variado como el que ofrece Cartagena al visitante. En su dilatada historia, la ciudad portuaria ha estado bañada por la influencia de un mar de culturas como la púnica, romana, bizantina, cristiana o andalusí. Además, los habitantes de este espacio urbano comprendido entre las cinco colinas han sido testigos de numerosas batallas y asedios como la conquista romana en el 209 a.C., la castellana en 1245, el sitio de las tropas centralistas en 1873 o la toma del bando franquista en 1939.
Sin embargo, muchas otras ciudades con un potencial patrimonial considerable no han conseguido lo que Cartagena sí ha conseguido, es decir, documentar, conservar y poner en valor su patrimonio al tiempo que consigue, a través de él, regenerar la ciudad y convertirla en un referente urbano y turístico. Tal y como reza uno de sus eslóganes, Cartagena ha hecho de su historia su mayor tesoro.
Más allá de las numerosas intervenciones arqueológicas realizadas en la ciudad, notablemente incrementadas tras la aplicación de la Ley de Patrimonio Histórico de 1985, Cartagena ha sabido sacar fruto de su legado al entender el patrimonio como un potentísimo dinamizador cultural, social y económico, una asignatura pendiente de la que bien podrían aprender ciudades como la vecina Murcia.
Uno de los ejes fundamentales sobre el que se articuló este proceso de regeneración urbana fue la documentación y puesta en valor del teatro romano de la ciudad desde los años noventa del siglo pasado. Un impresionante edificio construido sobre el cerro de la Concepción a finales del siglo I a.C. que estuvo oculto durante siglos por una continuada fase de ocupación en la que destaca el barrio comercial de época bizantina, así como un cementerio de época andalusí. Además de convertirse en su monumento más visitado, su puesta en valor ha supuesto la regeneración urbana de su entorno siendo prueba de ellos edificios como el Palacio de Riquelme.
Otro punto clave fue la excavación y musealización de los restos arqueológicos conservados en la ladera suroriental del cerro del Molinete, un impresionante conjunto de 26.000 m2 del foro romano de Carthago Nova que aún tiene mucho que decir. Bajo la marca turística “Puerto de Culturas” Cartagena también oferta al visitante enclaves arqueológicos como el Augusteum, la Casa de la Fortuna o la Muralla Púnica, así como otros espacios como el Castillo de la Concepción, el Fuerte de Navidad, y el Museo-Refugio de la Guerra Civil.
Esto no es más que la punta del iceberg, ya que a estos recursos patrimoniales habría que sumarle elementos como su gran oferta museística, su arquitectura modernista o su rico legado marítimo. En definitiva, una variada oferta que convierte a Cartagena en uno de los destinos culturales más atrayentes del territorio peninsular al tiempo que cada vez son más los cruceros que eligen a la ciudad portuaria como uno de sus destinos predilectos.
Aunque todavía queda mucho trabajo por hacer, véanse casos como el anfiteatro, la Catedral Vieja o el completo sistema defensivo de fortificaciones y baterías de costa, lejos queda ya la Cartagena ochentera que sirvió como escenario para ambientar la ciudad de Beirut en pleno estado de guerra en la película Navy Seals protagonizada por Charlie Sheen.
Cartagena ha sabido hacer de su patrimonio una de sus mayores armas para reconvertirse y reclamar a la UNESCO, con todas las de la ley, su ansiado hueco en la Lista del Patrimonio Mundial como enclave único de gran riqueza cultural y como ejemplo de la importancia de la concienciación patrimonial para el desarrollo de nuestra sociedad en sus diversas y múltiples facetas.
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