
Mientras que en palabras de Lord Blaney “su valor personal es tan grande que su solo nombre inspira temor”, para el Conde de Belliard era “un buen general y un hombre muy humano”. Estos generales militares no hablan de un soldado anónimo sino del célebre guerrillero comúnmente conocido como “el Médico”, es decir, Juan Palarea y Blanes.
Este guerrillero nació en el barrio de San Andrés de Murcia en el seno de una familia acomodada de comerciantes y productores de seda en 1780. Allí comenzaría a formarse como religioso con los franciscanos hasta que decidió estudiar Medicina en la Universidad de Zaragoza. Tras licenciarse en la capital aragonesa se trasladó a Madrid, y no tardaría en ejercer de médico en el toledano pueblo de Villaluenga de la Sagra.
Ante la ausencia de un gobierno español central, los levantamientos del 2 de mayo de 1808 y las abdicaciones de Bayona tres días después, numerosas poblaciones de “la piel de toro” se alzaron en armas contra las tropas napoleónicas. Entre estas se encontraba Villaluenga de la Sagra, en la cual se formó una guerrilla integrada por catorce hombres dirigida por “el Médico”. Estos pequeños grupos de gran movilidad buscaban la retirada del enemigo con tácticas basadas en la sorpresa, la improvisación y el desgaste, ya que en la guerra abierta era menos probable la victoria ante la superioridad numérica de los ejércitos de Napoleón.
Y de esta guerra chica Palarea hizo un arte. Él y su guerrilla emboscaban a los franceses, capturaban convoyes con pequeñas escaramuzas, entorpecían las comunicaciones, liberaban a prisioneros e incluso se paseaban por la misma capital de España a sus anchas. Gracias a sus logros, “el Médico” subió de rango en numerosas ocasiones, siendo ascendido a comandante de partida y alférez de caballería en 1809, a coronel obteniendo la Cruz de la Orden de San Fernando en 1810 y a teniente coronel un año después.
Entre 1811 y 1813 los grupos de guerrilleros se estructuraron y comenzaron a interactuar de un modo más compenetrado con los ejércitos español e inglés. Tal fue el caso de “el Médico”, el cual disponía en su milicia de más de 600 jinetes, los Escuadrones Franco Numantinos. En esta etapa Juan Palarea y Blanes colaboró con el ejército en batallas trascendentales como la de los Arapiles, por la cual el Duque de Wellington le otorgó, en nombre del rey inglés Jorge III, un sable a Juan Palarea “en prueba de admiración, por su valor y constancia”. Más tarde fue nombrado jefe del Regimiento de Húsares Numantinos del 4º ejército, y en 1813 colaboró en la victoria aliada en la batalla de Sorauren, antes de la retirada definitiva del ejército francés.
Tras la Guerra de Independencia formó parte del grupo parlamentario de los liberales exaltados en Las Cortes tras el triunfo liberal de 1820, y se enfrentó a las tropas realistas tras la restauración absolutista de Fernando VII. Pese a haber sido hecho prisionero en Francia por su condición de liberal, logró escapar a Inglaterra y no volvió a España hasta la muerte del monarca en 1833. A su vuelta luchó de parte del partido cristino en la primera guerra carlista, pero tras el levantamiento moderado de O´Donnell fue detenido y fallecería en Cartagena en 1842 aún bajo arresto.
Pese a su funesto final, Juan Palarea y Blanes gozó de gran fama como patriota al servicio de la independencia, siendo inmortalizado en numerosos retratos, cuadros e incluso cerámicas de uso diario como las que se conservan en el Museo del Romanticismo de Madrid. Mientras que en el Museo del Ejército de Toledo se conserva un retrato suyo y el sable que le otorgó el Duque de Wellington, la ciudad que le vio nacer sigue sin homenajear ni reconocer dignamente el papel de su guerrillero más ilustre en la Guerra de Independencia. Murcia aún tiene una deuda por saldar con el médico de San Andrés que hizo de la guerra chica un arte en su lucha por la libertad.
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