
Durante la Baja Edad Media el Reino de Murcia se encontraba en la encrucijada de una triple frontera de peligros: la Corona de Aragón, el Reino de Granada y la costa mediterránea. Esa inseguridad constante provocada por la guerra acabó definiendo una sociedad fronteriza que ya venía marcada por este carácter desde la conquista castellana a mediados del siglo XIII.

En esta sociedad surgieron toda una serie de oficios e instituciones vinculadas a este estado de guerra latente, destacando entre ellas la figura del Adelantado Mayor del Reino. Este gozaba de grandes atribuciones jurídicas, militares y civiles por el poder que delegaba el rey en su figura, cayendo este cargo normalmente en manos de familias nobiliarias con amplios terrenos señoriales en el reino. La monarquía castellana trató de favorecer el asentamiento de diferentes figuras importantes e instituciones que se encargasen de la protección y control de estas posesiones fronterizas. Debido a ello hubo una fuerte presencia de órdenes militares y señoríos por toda nuestra geografía, al tiempo que el monarca se reservaba como concejos de realengo los principales núcleos urbanos como Murcia, Lorca o Cartagena.
En estas ciudades será donde irá surgiendo una fuerte casta oligárquica, es decir, una serie de linajes familiares que empezaron a desarrollarse especialmente en la capital entre los siglos XIV y XV. Los miembros de estas familias acabarían ocupando los oficios municipales con los correspondientes beneficios económicos y derechos de inmunidad vitalicios que conllevaban.
En este contexto aparece con gran fuerza la familia de los Fajardo, la cual se vería reforzada en la primera mitad del siglo XV al vencer al linaje de los Manueles. A pesar de la guerra fratricida que tuvo lugar entre los Fajardo y a que la figura del corregidor quitara competencias al adelantado a finales de esta centuria, en 1507 don Pedro Fajardo y Chacón obtiene el título de primer Marqués de los Vélez por parte de la reina Juana I de Castilla tras monopolizar su linaje el título de Adelantado del Reino de Murcia. De esta forma, Pedro Fajardo acaparó el poder territorial entre sus manos y creó un sistema clientelar gracias a su patronazgo e influencia.

A pesar de que a principios del siglo XVI se viviera en el Reino de Murcia una etapa de prosperidad con un fuerte crecimiento económico y demográfico tras la paz de Granada, el poder político y económico acaparado por unos pocos agravó las desigualdades, surgiendo así numerosas revueltas por el aumento de la fiscalidad. Mientras que en las comarcas del Noroeste, Campos de Hellín y Sierra de Segura las revueltas se centraron contra la monarquía, en el Valle de Ricote las focalizaron en las poblaciones moriscas por la alta presión fiscal que sufrían a principios del siglo XVI.
Las protestas más comunes estuvieron relacionadas con la presión fiscal, la apropiación indebida de tierras comunales, casos de corrupción y/o enriquecimiento de las oligarquías en los concejos más importantes del Reino de Murcia. Ante esta situación, los delegados reales trataron de controlar una situación que en muchos casos les desbordaba.
Con la llegada de Carlos I a la Península Ibérica a comienzos del siglo XVI la mecha prendió en las tierras de Castilla. La alta presencia de extranjeros en la administración, el aumento de la presión fiscal y las aspiraciones imperiales del rey ajenas a las gentes de Castilla provocó el levantamiento comunero en 1520 promovido por la aristocracia castellana en numerosas ciudades como Toledo o Valladolid. Las principales ciudades comuneras se agruparon en la Santa Junta de Ávila y encontraron en la madre de Carlos I, Juana, una reina adecuada a sus pretensiones.
Si Toledo inició la revuelta comunera en Castilla, la primera ciudad del Reino de Murcia en levantarse en armas fue Chinchilla el 10 de mayo de 1520. Poco después lo haría la capital murciana el día 17 de ese mismo mes a la salida de misa de la Catedral y tras reunirse más de 2.000 personas en la Plaza de Santa Eulalia para juramentar en contra de los regidores y jurados del concejo. Estos se reunieron en la casa del corregidor Bomaitín para pedir ayuda al Consejo Real, a Pedro Fajardo y al capitán Diego de Vera. Sin embargo no pudieron evitar que en torno al día 10 de agosto fueran expulsados los regidores y jurados del concejo tras formarse la junta de síndicos en la ciudad.

Estas comunidades representaban a un conjunto de individuos que habían juramentado luchar contra los abusos del poder. En Murcia se implantó un modelo mixto de gobierno formado por la junta de síndicos de la comunidad y la junta de representantes por parroquias. Entre los líderes de esta asociación popular heterogénea denominada junta de síndicos se encontraban personas de diferentes estamentos sociales, desde agricultores, artesanos y pescadores hasta escribanos, juristas, comerciantes y miembros de la pequeña nobleza. Al tiempo que en Murcia predominaron artesanos, en Cartagena lo harían pescadores.
Mientras que los poderosos que no pertenecían a la oligarquía local estuvieron a la cabeza de las revueltas, el Marqués de los Vélez acabó arbitrando la situación y mediando para mantener el equilibrio entre los comuneros y los patricios. Pedro Fajardo estuvo implicado en las comunidades de Lorca, Cehegín y Caravaca, participó en Murcia e instigó en Huéscar contra el duque de Alba. Una posición esta ambivalente que buscaba convencer a unos y a otros, y de la que a la postre decía que participaba para mantener la paz en ausencia del rey.
Numerosos núcleos de población murcianos se sumaron al movimiento comunero iniciado por Chinchilla y Murcia en la periferia de Castilla, siendo este el caso de poblaciones como Lorca, Cartagena, Caravaca, Mula, Cehegín, Moratalla, Calasparra, Hellín, Villena, Liétor o Letur.
Pese al debate historiográfico existente en referencia a la naturaleza de estas Comunidades, hay que tener en cuenta que el cariz que tuvo esta revuelta o movimiento en el Reino de Murcia fue sustancialmente diferente al del resto de Castilla. La revuelta comunera en Murcia no fue contra Carlos I ni contra el orden estamental sino contra los abusos de la oligarquía local, las intromisiones del adelantado y diferentes aspectos económicos. Esto se puede apreciar con claridad en el hecho de que las comunidades murcianas respetaron a las autoridades reales y a la Inquisición durante la revuelta.

Durante la influencia comunera en Murcia se consiguió cambiar los sistemas de pagos de impuestos, así como el uso y control de la tierra comunal dedicada al cultivo de la morera o el precio de la hierba para el ganado, entre otros tantos problemas. De esta forma se logró una mejor gobernación del concejo por encima de linajes enfrentados y su individualismo.
Aunque el concejo de Murcia en Cortes votó en contra de las exigencias económicas de Carlos I entre 1518 y 1520, la única población que puso en duda al rey Carlos I fue Hellín. La junta de síndicos de Murcia impidió que Hellín siguiese cuestionando la autoridad real, pero la visita del corregidor Leguízamo en Murcia y Cartagena solo aumentó la llama comunera en estas ciudades.
Murcia fue una de las catorce ciudades representadas en la Junta de Tordesillas, estando interesados los comuneros murcianos en legitimar sus pretensiones. De la junta consiguieron la potestad de que la capital encabezase a las diferentes poblaciones del Reino de Murcia. De esta forma, Murcia articuló una hermandad entre las distintas comunidades del Reino de Murcia. Tal y como aparece en los documentos concejiles de Murcia, está constatada la relación de hermanamiento entre las comunidades de Murcia, Lorca, Yecla, Villena, Albudeite, Hellín, Cieza, Moratalla, Albudeite, Cartagena.
El 1 de julio de 1520 en Mula, al igual que hizo Huéscar, los muleños tomaron el castillo para acabar con la influencia del Marqués de los Vélez en su ciudad. Esta revuelta de carácter antiseñorial finalizó a las tres semanas por un compromiso del I Marqués en restringir los nombramientos de allegados suyos en oficios públicos y la explotación económica de tierras muleñas.

Tiempo después, las comunidades de Murcia, Lorca, Caravaca, Cehegín, así como artillería proveniente de Cartagena, asediaron a los regidores de Lorca y Murcia en el castillo de Aledo a finales de abril de 1521. Por este motivo el rey Carlos I acabaría recompensando a la villa de Aledo con el título de “Leal” que actualmente ostenta en su escudo.
Tras vencer las tropas de Carlos I a los comuneros en campos de Villalar en abril del año 1521, el estado reforzó su poder y las oligarquías urbanas se consolidaron al convertirse en intermediarias de la corona con el pueblo, sobre todo en materias militares y fiscales. Ante esta situación, Pedro Fajardo sabía perfectamente cuál era la mejor forma de conseguir el perdón real.
Al tiempo que en Castilla se desarrollaba la denominada Guerra de las Comunidades, en la Corona de Aragón Carlos I tenía que hacer frente al conflicto de las germanías. Estas eran unas hermandades de gremios que se constituían como milicias para repeler los ataques de piratas berberiscos en el reino de Valencia y Mallorca y que con el tiempo, como sucedió en la ciudad del Turia, se hicieron con el control de los núcleos urbanos ante la huída de la nobleza por un brote de peste.

Esta situación fue aprovechada por el Marqués de los Vélez respondiendo a la petición del virrey de Valencia, el cual pedía ayuda al adelantado murciano para vencer a los agermanados valencianos refugiados en Orihuela. Así, Pedro Fajardo y un considerable ejército formado por habitantes de diferentes ciudades y villas murcianas, así como un considerable contingente de moriscos, vencieron a los agermanados y saquearon la ciudad oriolana y su catedral, la cual había conseguido la independencia del Obispado de Cartagena poco tiempo atrás.
De esta forma Pedro Fajardo consiguió el perdón de Carlos I para los comuneros murcianos, aunque muchos de ellos tuvieron que sufrir durante largo tiempo en el día a día el rechazo social e institucional. Aunque la revuelta comunera en el Reino de Murcia se encuadre dentro de la Guerra de las Comunidades de Castilla contra el rey Carlos I, los motivos de este levantamiento eran en gran parte distintos a los que tenían los comuneros de gran parte de Castilla.
Los abusos de poder y las desigualdades generadas por las oligarquías locales y la figura del Marqués de los Vélez crearon un caldo de cultivo que, mediante un goteo constante, acabó desbordando en el turbulento inicio de la dinastía de los Austrias. También hay quien recuerda que la expulsión de regidores y jurados en Murcia podría asimilarse en mayor medida a la rebelión de las germanías. Sea como fuere, las particularidades de las Comunidades en el Reino de Murcia no hacen más que recordarnos el carácter fronterizo y belicoso de esta tierra a caballo entre una Castilla que no puede ver el mar y una Aragón de vocación mediterránea en constante alerta ante los peligros de la mar.

Bibliografía|
CHACÓN JIMÉNEZ, F.: Murcia en la centuria del quinientos, Murcia: Real Academia Alfonso X el Sabio, 1979.
HERNÁNDEZ FRANCO, J. y JIMÉNEZ ALCÁZAR, J. F.: “Estado, aristocracia y oligarquías urbanas en el Reino de Murcia. Un punto de flexión en torno a las comunidades de Castilla”, Chronica Nova, Nº 23. Granada: Universidad de Granada, 1996. pp. 171-187.
JIMÉNEZ ALCÁZAR, J. F.: “En servicio del rey, en servicio de la comunidad. Los comuneros en el Reino de Murcia”, Murgetana, Nº 103. Murcia: Real Academia Alfonso X el Sabio, 2000. pp. 33-42.
MONTOJO MONTOJO, V. y JIMÉNEZ ALCÁZAR, J. F.: “Conflictos internos en la época de Carlos V: Las comunidades en la Región de Murcia”, En torno a las comunidades de Castilla : actas del Congreso Internacional “Poder, Conflicto y Revuelta en la España de Carlos I”. Toledo: Universidad de Castilla-La Mancha, 2002. pp. 431-460
RODRIGUEZ LLOPIS, M.: Historia de la Región de Murcia, Murcia: Monografías Regionales, 1998.
Dejar una contestacion