
En los días otoñales en torno a la festividad de Todos los Santos, en tierras murcianas es tiempo de auroros. Estas cuadrillas de música tradicional religioso-folklórica tienen como único instrumento una campana acompañando la voz de sus miembros. Esta tradición transmitida oralmente de generación en generación destaca, además de por su fuerte presencia en Navidad y Semana Santa, en estas fechas por el denominado Ciclo de Difuntos.
Los auroros entonan salves en los cementerios al caer el sol, manteniendo el mismo estilo musical que en el resto de ciclos pero con letras relacionadas con los difuntos. Además de la campana, suelen ir acompañados de un farol que alumbra a las almas de los hermanos fallecidos para que encuentren lo que aún no han hallado.
Esto se debe a que por estas fechas en las tierras bañadas por el río Segura, como sucede en otras partes de la Península Ibérica, es tiempo de ánimas. En la mentalidad popular, las ánimas aparecían por casas, cementerios o la huerta volviendo al reencuentro de sus seres queridos o para reclamar de ellos el cumplimiento de las promesas que ellos no habían podido cumplir en vida. Se decía incluso que había que llevar cuidado con no pisar a las animicas, ya que andarían recorriendo las calles buscando sus casas. Para las ánimas se hacían una serie de ritos de acogida como prepararles una cama en la casa, encenderles mariposas o incluso cocinarles como si fuese un miembro más de la familia a sentarse en la mesa.
Estas tradiciones, supersticiones y leyendas han formado parte importante de la sociedad murciana hasta hace bien poquico. Aunque proceden en gran parte de la tradición romano-cristiana de las festividades del Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre), la tradición de que los espíritus de los muertos regresaban en estas fechas está documentada en la fiesta celta de Samhain, tal y como recoge el manuscrito del Libro de las Invasiones de Irlanda del siglo XII. Como podemos apreciar, en estas fechas se entremezclan lo pagano y lo religioso haciendo gala de la antiquísima tradición de rendir culto a los familiares difuntos.
Con los siglos se produjo la fusión de la fiesta celta de Samhain con la fiesta de Todos los Santos cristiana, surgiendo la celebración el 31 de octubre de la vigilia del día de Todos los Santos en el mundo anglosajón, en inglés “All Hallows’ Eve” (Halloween). Aunque la americanización de la fiesta de Halloween y la tradición murciana de las ánimas han tenido caminos bien distintos en su desarrollo, a partir de los años ochenta se entrecruzaron en nuestra tierra ante la fuerte presencia del cine y de los medios de comunicación norteamericanos en nuestra sociedad. Sin embargo, las dos fiestas tienen numerosas raíces y puntos de unión que existían antes de la mercantilización estadounidense de la fiesta celta de Samhain.
Si Samhain representaba para los celtas el fin de la cosecha y el inicio de su año nuevo, en los pueblos del Alto Segura está documentada la tradición de no segar la última gavilla de la cosecha en estas fechas. Esta se lanzaba al aire al grito de “¡Para las ánimas benditas!”, actuando esta de ofrenda para los difuntos que custodian la fertilidad del campo.
En la Huerta de Murcia está atestiguada entre sus zagales la existencia de una tradición similar al “truco o trato” anglosajón. En estas fechas, en torno a la víspera de Tosantos y en la noche de Ánimas, los zagales iban de casa en casa diciendo “Dame la orillica del quijal; si no me la das te rompo el portal” para obtener frutas, dulces y demás viandas típicas de esta época del año.
La tradición oral recuerda que en comarcas como la Huerta de Murcia y el Campo de Cartagena, los zagales vaciaban, tallaban y decoraban con una vela melones, calabazas y otras frutas y verduras para asustar a los transeúntes.
La banshee, ser mitológico irlandés que presagiaba la muerte, bien se podría asemejar a la creencia en la Huerta de Murcia de la existencia del Ánima Sola. Esta andaba errante por la huerta y avisaba mediante golpes de la muerte próxima de algún huertano.
Ante las diferentes supersticiones existentes en torno a las procesiones de ánimas, del respeto a los difuntos o de figuras como la del Mal Cazador, en la noche de Ánimas era también tradición contar leyendas comiendo tostones a la luz de la lumbre. Ya fuesen sobre el Castillo de la Concepción de Cartagena, del Monte Arabí de Yecla, de la Mano Negra de Churra, del Salto de la Novia en el Valle de Ricote, de las encantadas de la noche de San Juan en el Noroeste, Río Mula y Guadalentín o de la oración de las Palabras Retornadas.
Numerosos son los paralelismos que podríamos establecer y recopilar aquí entre ambas festividades, sin embargo acabaríamos llegando siempre a la misma conclusión. En estas fechas, nuestra tierra muestra una de sus caras más sacras a la par que profanas en lo que a mitología y superstición se refiere, siendo reflejo de un acerbo popular que debemos preservar. Un legado inmaterial que se resiste a pasar a mejor vida como testigo de las creencias de un pueblo que rendía culto y se reencontraba en estas fechas con sus antepasados más queridos.
Los tiempos cambian y la globalización acecha sobre estas tradiciones cual guadaña para aquellos que no sepan adaptarse a las nuevas modas. Es por ello que se deben aprovechar estas fiestas importadas como una herramienta para revitalizar en nuestra tierra unas tradiciones en peligro de extinción. Estas no son para nada incompatibles, basta con recordar a los zagales las raíces comunes que tienen y transmitir nuestras tradiciones con didáctica y esmero.
Hay que cambiar el chip. De nada sirve criticar Halloween si llevas años sin inculcar a tus zagales ver el Tenorio, leer leyendas de nuestra tierra como las de Pedro Díaz-Cassou o asustarlos con una próxima visita del Tío Saín. De ser así, quizás tenga que venir él a por ti a sacarte las tripas y lanzarte al aljibe.
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