
Tras el golpe de Estado iniciado en Marruecos entre el 17 y 18 de julio de 1936 contra el gobierno del Frente Popular de la II República Española, la sublevación se extiende con éxito en los días posteriores en numerosas zonas del norte peninsular, así como en las islas y varias de las principales ciudades de Andalucía.
Un golpe en el que mucho tuvieron que ver el general cartagenero Miguel Cabanellas, al conseguir liderar el alzamiento en Aragón, y el inventor Juan de la Cierva desde Inglaterra al gestionar la compra del avión Dragon Rapide que transportó a Franco desde Canarias a Marruecos.

La provincia de Murcia, tal y como había votado en las elecciones de ese mismo año, se mantuvo leal al gobierno de izquierdas del Frente Popular. Diferentes fueron los hechos que contribuyeron a ello en estos días en sus tres principales ciudades: en Murcia el 6º Regimiento de Artillería hizo caso omiso de las órdenes de la Guardia Civil al tiempo que las milicias obreras consiguieron rodear el Cuartel de Artillería; en Lorca las milicias acordonaron el cuartel de la Guardia Civil y detuvieron a varios líderes falangistas; y en Cartagena el alzamiento de los oficiales se vio frustrado por la marinería de la base naval del Arsenal, siendo ejecutados muchos de ellos al tiempo que la multitud asesinaba al famoso delincuente Chipé y paseaba su cadáver arrastrándolo por las calles de la ciudad.
Más que reseñable es el caso de la base aeronáutica de San Javier, que se declaró afín a la sublevación pero sin llegar a realizar ningún movimiento. De esta forma, una columna de la base de Los Alcázares junto a infantería de Cartagena, artillería de Murcia y obreros voluntarios tomó la base de San Javier con casi nula resistencia, siendo posteriormente sofocado el alzamiento de la Guardia Civil en Albacete y Hellín. La provincia murciana se mantuvo fiel al gobierno de la República salvo una columna dirigida por el falangista Fidel Hurtado ubicada en la comarca del Valle de Ricote.
La Región de Murcia, formada por aquel entonces por las provincias de Albacete y Murcia, se encontraba dentro de la III División Orgánica del Ejército Republicano con sede en Valencia, al tiempo que Los Alcázares era sede de la 2ª Región Aérea del Ejército del Aire republicano, teniendo bajo su control a las provincias murcianas, Granada y Jaén.
Pese a ser un punto de retaguardia durante el conflicto, la importancia bélica de la provincia de Murcia era vital. Al triunfar el alzamiento en los puertos de Cádiz y Ferrol, Cartagena se erigía como el indiscutible y más importante puerto de la flota republicana. La ciudad portuaria contaba con el 3er Regimiento de Artillería de Costa y las flotas de cruceros, destructores, acorazados, submarinos y lanchas torpederas de la URSS. Aunque protegida por seis baterías antiaéreas desde cabo Tiñoso a cabo Negrete y una amplia red de baterías de costa del Plan de Defensa de 1926, se buscaba una mayor protección de este puerto clave por tierra y aire.

Para ello el general Toribio Martínez Cabrera ideó un proyecto de defensa terrestre en 1936, un cinturón de sistemas defensivos desde Águilas a Guardamar del Segura aprovechando los ríos Guadalentín y Segura y la orografía de las sierras de Almenara, Carrascoy y Escalona. De esta forma se construyó una línea defensiva terrestre plagada de casamatas, trincheras, alambradas, refugios y nidos de ametralladoras en los municipios de Águilas, Lorca, Totana, Alhama y Murcia para proteger Cartagena de un eventual ataque.
A esta defensa por tierra se sumaría la Base y Escuela de Tanques soviéticos de Archena en octubre del 1936, ubicación elegida por la protección que ofrecían las montañas del Valle de Ricote y su cercanía al puerto de Cartagena. El general Dimitri Paulov creó la primera brigada de tanques del ejército republicano formando a autobuseros, camioneros y taxistas de Madrid y Barcelona. Fue una de las principales bases de tanques de los republicanos y durante su uso se utilizaron instalaciones como el Casino de Archena, el colegio Miguel Medina o el famoso Balneario, y además se construyeron refugios antiaéreos en la roca del monte del Castillo.
En el Balneario de Archena también se ubicó uno de los numerosos hospitales de sangre que poblaban la provincia, destacando además el Hospital Universitario Federica Montseny ubicado en el antiguo colegio Maristas de la Merced de la ciudad de Murcia, actual Facultad de Derecho de la UMU, en el cual las Brigadas Internacionales realizaron una importantísima labor sanitaria.

Para la defensa aérea la provincia murciana contaría con más de una docena de aeródromos repartidos en puntos como El Carmolí, Alcantarilla, La Aparecida, El Palmar, Puerto Lumbreras o Guadalupe, siendo las dos principales bases el aeródromo y base de hidroaviones de Los Alcázares y la base aeronáutica naval de San Javier. Esta última destacaría por ser escuela de combate, bombardeos y observación, así como por ser sede de la jefatura de escuelas de la fuerza aérea republicana.
Al mismo tiempo que se contaba con este amplio despliegue aéreo, la población de las grandes ciudades debía defenderse de los posibles ataques aéreos, para lo que el Comité de Defensa Antiaérea planificó la construcción de refugios antiaéreos y una serie de instrucciones a ser adoptadas a través de bandos.
Cartagena fue una de las ciudades que sufrió más bombardeos por parte de la aviación enemiga en toda España, contando para su defensa con numerosos refugios entre los cuales destaca el excavado en el Cerro de la Concepción que podía acoger hasta 5.000 personas, lugar donde actualmente se sitúa el Museo-Refugio de la Guerra Civil. La ciudad portuaria, al albergar el grueso de la flota republicana, sufrió 117 bombardeos de la aviación nazi y fascista italiana que causaron 233 muertos, centenares de heridos y un tercio de los inmuebles del casco urbano derruidos.
En la ciudad de Murcia se construyeron 27 refugios para cerca de 10.000 personas, como el del Jardín de Santo Domingo, siendo las campanas de la Catedral las que avisarían de la cercanía de la aviación enemiga y la huerta una de las zonas más recomendables para protegerse por su dispersión. Otro caso de los numerosos ejemplos sería Mazarrón, lugar donde se construirían hasta siete refugios, estando ubicado uno de ellos en el propio cabezo del faro.

Durante el inicio de la guerra en el verano de 1936, la flota republicana ubicada en Cartagena trató de bloquear el estrecho de Gibraltar sin éxito, y el coronel golpista Yagüe consiguió unir las dos partes sublevadas con la toma de Badajoz. Mientras tanto, a nivel internacional, el 8 de agosto se constituyó el Comité de No Intervención en Londres de los países europeos, no siendo respetado por un lado por la URSS, dando apoyo a la II República, y por otro lado por la Alemania nazi, la Italia fascista y la Portugal salazista al apoyar a los golpistas.
Tras dimitir el presidente José Giral en 1936, Largo Caballero ocupó su puesto, pero no pudo evitar la caída de Toledo, comenzando así el cerco a Madrid y la fuga del gobierno republicano a Valencia. Poco después llegarían los primeros soldados de las Brigadas Internacionales, que tuvieron como una de sus principales bases el aeródromo de Los Llanos de Albacete.
A través de Cartagena se consiguió embarcar a Rusia el famoso Oro de Moscú entre los días 25 y 29 de octubre. Abordo de las embarcaciones soviéticas Kine, Kursk, Neva y Volgoles partieron del puerto cartagenero con dirección Odesa más de 500 toneladas, es decir, un 72% de las reservas de oro del Banco de España como pago por el armamento soviético a los republicanos españoles. Trasladadas en tren desde Madrid a Cartagena y almacenadas hasta su partida en el polvorín de La Algameca, las cajas fueron cargadas por los tanques soviéticos ya asentados en Archena y el oro llegó a Moscú el 6 de noviembre, tal y como pactó con la URSS Juan Negrín siendo ministro de Hacienda.

El 23 de noviembre submarinos de la Alemania nazi averiaron el buque Cervantes en el puerto cartagenero y, tan solo dos días después, el 25 de noviembre se produjo el conocido como bombardeo de las cuatro horas por la Legión Cóndor nazi, uno de los que más impacto causaron en la población cartagenera.
Al comenzar el año 1937 los sublevados consiguen tomar Málaga, mientras que los republicanos conseguían sendas victorias en Jarama y Guadalajara. Poco durarían las alegrías en el bando republicano tras alzarse como nuevo presidente del gobierno Juan Negrín, ya que la cornisa cantábrica acabaría siendo tomada al completo por los sublevados. Ese verano sería cuando se hundiría en Cartagena el acorazado republicano Jaime I junto al muelle de La Curra tras una explosión interna, aún sin esclarecer, en la que fallecieron unas 300 personas el 17 de junio de 1937.
Habría que señalar que numerosos murcianos lucharon en las principales batallas de la contienda como la 6ª Brigada de Murcia, la 23ª de Cartagena y el Batallón de Voluntarios en frentes como los de Belchite, Jarama o Madrid respectivamente.

Pese a la dura derrota republicana en el frente de Teruel, a principios del mes de marzo de 1938 se produciría el mayor enfrentamiento naval de la contienda y sería con victoria republicana, la batalla de Cabo de Palos.
El 5 de marzo de 1938 una flotilla republicana formada por dos cruceros, cinco destructores y patrullas torpederas se dirigió desde Cartagena rumbo a Mallorca con idea de amenazar al grueso de la flota sublevada que anclaba en Palma. Ante el mal estado de la mar las torpederas volvieron a Cartagena pero, al pasar la media noche, el resto de la flotilla republicana se cruza con el convoy sublevado, conformado por dos buques mercantes que transportaban material bélico y tres cruceros que protegían su travesía: el Baleares, el Canarias y el Almirante Cervera.
Tras este primer encuentro en el que dos torpedos republicanos fallaron en su cometido, se encontrarían horas después a 70 millas de Cabo de Palos. Dos torpedos ahora sí alcanzaron el crucero Baleares, provocando la explosión de la cámara de municiones y la voladura del puente de mando y la proa. Con este hundimiento en el que murieron 700 tripulantes y hubo 100 desaparecidos se dio por finalizada la batalla, siguiendo la flota sublevada en dirección a su lugar de destino y la republicana a Cartagena. Dos destructores británicos salvaron a unos 400 tripulantes con dirección a Gibraltar, rescate que fue dificultado por la aviación republicana.

Esta victoria no fue más que un golpe moral que bien poco vino a durar. En el mes de abril los sublevados llegan al Mediterráneo, cortando la conexión republicana entre Cataluña y el Levante. Mientras, los bombardeos se cebaban en nuestras costas, con el de mayor número de víctimas en Cartagena el 12 de julio y en Águilas el 3 y el 31 de agosto, en los que la población sufriría a la aviación fascista italiana. Tras la orden de Negrín de la retirada de las Brigadas Internacionales y el final de la Batalla del Ebro, la derrota del ejército de la legítima República se veía cada vez más cerca.
Tras la caída de Cataluña entre los dos primeros meses de 1939 y la dimisión del presidente de la república Manuel Azaña, pocas esperanzas quedaban para los republicanos. Una internacionalización del conflicto ante la cercana anunciación de la II Guerra Mundial se vislumbraba como la mejor y única de las bazas para la pervivencia de la República.
En el último mes de la contienda se produjo el golpe de estado de Casado, poniendo contra las cuerdas a la política de resistencia de Negrín. Como consecuencia de ello, entre los días 4 y 7 de marzo todas las baterías de costa que protegían Cartagena, así como la propia ciudad portuaria, caían bajo las manos de los sublevados, provocando la fuga hacia costas tunecinas de gran parte de la flota republicana el 5 de marzo.

Ante esta situación, Franco decidió enviar en una operación acelerada, imprecisa y desorganizada a más de 20.000 soldados en 30 barcos desde Málaga y Castellón para tomar la plaza lo antes posible. No contaban con que la Brigada 206, formada en gran parte por comunistas, reconquistaría la ciudad portuaria y un comando de ellos la batería de la Parajola, situada en lo alto de la Algameca Grande. Ante este imprevisto la gran flota sublevada volvió a sus puertos, toda ella salvo el buque Castillo de Olite que, al tener la radio averiada, siguió su travesía hacia Cartagena hasta ser alcanzado por un impacto de la batería de la Parajola que provocó su hundimiento junto a la isla de Escombreras. 1.476 muertos, más de 300 heridos y casi 300 prisioneros de los aproximadamente 2.000 tripulantes del buque, convirtiéndose este hundimiento en la mayor tragedia naval de la Historia de España.
La recuperación del principal puerto de la República por parte de la Brigada 206 no impidió a tiempo la fuga de gran parte de la flota republicana. Esta caería en manos de Franco el 30 de marzo tras su entrega por parte del gobierno francés, quedándose los miles de refugiados republicanos sin este valiosísimo salvoconducto para exiliarse fuera de las garras de un franquismo que solo aceptaba una rendición sin condiciones.
El 28 de marzo entraban las tropas franquistas en Madrid, y al día siguiente Casado llegaba a Marsella y el ejército sublevado avanzaba en dirección al Levante sin encontrar apenas resistencia. El día 31 de marzo de 1939 finalizaban las últimas conquistas de la guerra por parte del ejército sublevado con la entrada de la IV Brigada de Navarra en las principales ciudades de la provincia murciana. Almería, Murcia, Cartagena y Alicante eran gran parte de los “últimos objetivos militares” a los que se refería Francisco Franco en su último parte de guerra el 1 de abril de 1939.

Uno de los episodios más violentos y desgarradores de la guerra se vivió en el puerto de Alicante, lugar donde se concentraron alrededor de 15.000 republicanos con la esperanza de ser embarcados por franceses y británicos hacia costas extranjeras pese al inminente bloqueo de la flota franquista, la aviación alemana y la llegada por tierra de la división italiana Littorio. Muchos barcos se negaron a llevar civiles al dejar el puerto ante la amenaza de ser bombardeados, otros llevaron escasísimos como el Maritime, pero solo el carbonero Stanbrook, capitaneado por el galés Archibald Dickson, se atrevió a burlar el bloqueo faccioso tomando dirección a la costa argelina ante el fuego abierto desde el crucero Canarias. La mayoría no corrió la misma suerte y muchos se suicidaron antes de caer en manos del bando fascista. Los que no, acabaron esperando a que el último día de ese eterno mes de marzo las naves Canarias y Vulcano entrasen en el puerto y sus tropas les llevasen, en su mayoría, a los campos de concentración de Los Almendros y Albatera.
Un golpe de estado que inició una guerra civil y una guerra civil que acabó llevando a España a una dictadura de casi cuarenta años en las que muchas y muchos siguieron sufriendo una guerra sin cuartel. Pese a la vuelta del sistema democrático con la muerte del dictador, España sigue siendo el segundo país del mundo (sólo por detrás de Camboya) con mayor número de desaparecidos forzosos sin ser aún recuperados e identificados sus cuerpos. Más de 114.000 hombres y mujeres que lucharon por la libertad y la democracia aún siguen presos en cunetas y otros lugares que representan una de las peores caras de la desidia de nuestra sociedad. Fosas cerradas que dejan heridas abiertas, infectadas por una carencia de justicia y valores humanos que, aún en el siglo XXI, les impiden cicatrizar.

Bibliografía|
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